Testigo de Julia, psicóloga de la Fundación

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AQUELLAS HISTORIAS QUE QUEDAN POR CONTAR Miles de historias de confinamiento, miles de historias de pandemia. A cada uno, la crisis nos ha reunido en momentos dispares, y después de este zarandeo, cada persona, cada familia tendrá una historia diferente que contar. En la Fundación San Juan de Dios residen 70 personas, madres, padres y niños, pendientes de contar su historia, historias de vida que empiezan en todo el mundo y se encuentran aquí, a “ Es Convento” de Palma. Eso sí, no olvidemos a todas estas familias a las que el virus ha cogido en momentos de dificultad, de supervivencia y, sobre todo, de superación. Con el paso de los días, las personas que acompañamos a las familias descubrimos las distintas caras del confinamiento. Por un lado encontramos agradecimiento. Agradecimiento por saber que tienen un espacio seguro en el que pasar un momento tan convulso, una parada de paz y tranquilidad donde dejar las angustias atrás por un momento, donde tener el tiempo poder cuidar de los más pequeños. Pero hay que recordar que encontramos agotamiento y decepción en aquellas familias que estaban en un proceso de buscar estabilidad, sobre todo económica, de buscar un lugar donde volver a crear un hogar. Muchos de estos procesos se han quedado a medias debido a la pérdida de trabajo o la imposibilidad de buscar una casa, y estas familias han visto como su ficha ha vuelto a la casilla de salida. En estos momentos, como le ocurre a otras personas, se hace complicado sostener la incertidumbre y la impotencia que no está en tus manos para poder seguir construyendo tu propio camino, aceptar que no podemos hacer nada. Los niños, como siempre, nos han dado una lección a los adultos: la de aprovechar lo que la vida nos da. Al principio, claro está, han hecho falta muchas explicaciones para entender esta nueva situación que nadie había tenido que afrontar nunca: el cierre de las escuelas, no ver a los compañeros, las actividades extraescolares anuladas, no se puede salir a la calle, ni se puede visitar a los amigos ni a la familia. El aislamiento por un motivo que conocen, pero no han visto nunca. Es así como la rutina típica desaparece y los niños, acompañados por sus padres y madres, tienen que crear una nueva. A pesar de que la escuela no para y los deberes se tienen que hacer, son muchas las horas que de repente están vacías y antes estaban llenas. La diferencia en la Fundación es que el confinamiento no se pasa en solitario, sino rodeado de gente. Los niños tienen compañeros de juego, el patio y el huerto toman protagonismo y nunca están vacíos. Los forofos de la lectura tienen tiempo para leer y el aburrimiento facilita espacios de creación. Y lo más importante, madres, padres, hijos e hijas se pueden encontrar, se pueden mirar y dedicar tiempo a compartir, a jugar y a vivir.

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